LA RESTAURACION DEL PALACIO DE TORRE-TAGLE

Leyendo la Revista Fanal  (Vo. XIV, N° 54 Año 1958), encuentro este interesante artículo escrito por el arquitecto Héctor Velarde, sobre la restauración de una de las casonas emblemáticas de nuestro centro histórico: El Palacio de Torre Tagle.

 

LA RESTAURACIÓN DEL PALACIO DE TORRE-TAGLE

Arqto. Héctor Velarde

En Lima, aunque es difícil creerlo, no existe una ley que impida el abandono, mutilación o derrumbe de sus bellas casas coloniales. Para que se salve una casa de valor arquitectónico en relación con nuestra historia del arte hay que declararla monumento nacional o pedirle a Dios que su propietario sea un hombre culto o sin hambre. Felizmente la cultura y la inapetencia en este orden de ideas se están volviendo poco a poco conciencia, a veces patriótica, y ya vemos restauradas, prudente y generosamente, algunas casonas y casitas que son muestras milagrosas de nuestra tradición arquitectónica consolidada: el magnífico local de «Entre Nous», la «Asociación de Artistas Aficionados», el «Instituto Riva Aguero», las «Empresas Eléctricas Asociadas», la casa llamada de «Rada», el restaurante «Las Trece Monedas», el próximo «Museo de Arte Taurino» y, posiblemente, la mansión de «Oquendo». Ah, pero la falta de una ley de protección a tanta belleza antigua, rica o humilde, alienta la barbarie que, bajo dos aspectos es nefasta para nuestro patrimonio artístico: la ignorancia y la codicia. Ambas cosas se apoyan y justifican en las exigencias actuales del progreso. La paradoja es manifiesta y el peligro tremendo. El progreso aumenta. Si los legisladores no se apuran en dar una ley que resguarde lo auténtico y original de nuestra vieja arquitectura, Lima habrá perdido su prestigio espiritual, su alma de ciudad hecha de mucho tiempo, de hechos históricos y de bellas creencias. El pequeño centro arqueológico donde su corazón palpita, se transformará irremediablemente en un reducido y maltrecho damero motorizado de rascacielos enanos. Algo que apenas se mirará y que todos olvidarán…

Pero habrá, por lo menos, una casa en Lima que nadie olvidará por su belleza tradicional y porque durará aún muchísimos años: el Palacio de Torre-Tagle.

Y esto es maravilloso.

El palacio está siendo restaurado a fondo, concienzuda, admirable y magníficamente. Cierto es que el caso era muy gordo, se trataba de lo mejorcito que queda del Virreinato, pero con todo, nos hubiéramos podido contentar con una mano de gato, con haberle puesto más puntales, inventarle adornos o amputarle una parte que no se cayera sola, pero no, se le está restaurando para que su verdad y hermosura arquitectónica vuelva a ser integra y por siglos.

¡Bravo!

Que este edificante ejemplo de cultura cunda como una lección de amor por las cosas excelsas de Lima, las cosas que deleitan, que no tienen precio, que no dan renta, pero que infunden admiración, agrado y respecto. Nuestro propio respecto.

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RELIQUIA DE INCONFUNDIBLE BELLEZA

El Palacio de Torre-Tagle es un símbolo de Lima y no tiene rival por su estilo, gracia y riqueza. No se parece a nada en su unidad limeñísima. Su elegancia lujosa se aparta dignamente de lo recargado, y sus proporciones amplias no se pierden nunca en lo vacío. Su calidad estética es perfecta como su expresión de época y lugar. La sinceridad constructiva es absoluta; sus materiales importados, criollos o autóctonos, le dan el sello inconfundible de estas tierras yungas y virreinales del Rímac. Pero hagamos un breve paseo turístico por este palacio excepcional y luego veremos cómo y por qué se le está restaurando con tanta seriedad y delicadeza.

Según Alfonso Benavides R. el palacio fue comenzado en 1635 y, según Mario J. Buschiazzo, se terminó por los años de 1735, fecha que está indicada en sus azulejos: lo último que se pone… Digamos, prudentemente, que se edificó íntegramente a principios del siglo XVIII. Fue construido por Don José Bernardo de Tagle y Bracho, primer marqués de Torre-Tagle. Abarca una superficie de 1,699 metros cuadrados. ¿Quién fue su arquitecto? No se sabe. Un gran artista y un experto constructor, sin lugar a dudas.

La disposición es clásica de las mansiones limeñas. Muros de fachada llanos, gran portada rectangular que comprende los dos pisos de edificio, «ventanas de reja» y típicos balcones tallados. Una fina balaustrada de madera acentúa la horizontalidad de la cornisa de coronación. Esa balaustrada sólo es interrumpida por las formas curvas y opulentas del cornisamiento de la portada. En la portada se aprecian los más originales contrastes de delicadeza y exuberancia provenientes de diferentes tendencias. El barroco andaluz de columnillas delgadas, de perfiles y de ornamentación menuda se encuentra de golpe, tanto en el primer como en el segundo cuerpo, con moldurones ampulosos y fuertes que, en su dinamismo, parecen levantar los extremos de la coronación como puntas de tejado chino. Son dos aspectos arquitectónicos en la misma unidad dados directamente por dos materiales distintos: la piedra en las columnas y dinteles y el yeso en las ondulaciones huecas de la coronación. La unidad es, sin embargo, perfecta. Lo que soporta es sólido y fino y lo soportado es ligero, voluminoso y vacío. Los temblores justifican seguramente, estas cosas… La influencia asiática se incorpora insensiblemente en las formas barrocas y criollas animando sus líneas con mayor exotismo y riqueza. Esto se observa igualmente en los balcones: son hermosísimos ejemplares mudéjares del siglo XVII con todas sus galas y características a pesar de que fueron colocados, según parece, ya algo avanzado el siglo XVIII. La tradición se respetaba incuestionablemente… El Arq. Don Rafael Marquina y Bueno cree posible que los balcones hayan sido simétricos. Parece que la simetría era cosa reservada para las casas de gran copete. Pero mejor, es no meneallo: no hay pruebas al respecto…

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ARMONÍA EXTERIOR E INTERIOR

Como en toda casa de dos pisos y de categoría la planta baja se destinaba al contacto con la calle, a los locales de alquiler y negocio, a las cocheras y cuadras de servicio. herencia de los patricios atrios romanos. La planta alta era íntegramente dedicada a la familia: las habitaciones particulares, los suntuosos salones con acceso a los balcones cerrados y corridos de la fachada, las salas laterales, el gran comedor formando crucería entre los corredores del patio principal y la terraza inferior, el oratorio, la magnífica escalera y luego, al fondo, más corredores, patios y estancias…

La armonía entre la arquitectura exterior e interior es completa. El zaguán presenta un espacioso vestíbulo que permite abrir de par en par los batientes del portón tachonado con gruesos clavos de bronce. El zaguán queda así independizado en un lujoso ambiente de transición y reposo bajo sus arcos rebajados. Estos arcos de piedra, con perfiles escalonados que se continúan en los pilares de apoyo, tiene una ornamentación nutrida y plana de lacerías mudéjares y presenta los más sugestivos efectos de sombra y perspectiva frente al espacio abierto de patio. Los zócalos de azulejos, el techo tallado con el mismo estilo de los arcos, y las ménsulas de piedra que lo sostienen y que son como nudos fulgurantes de escultura, dan de inmediato una impresión de ensueño y señorío que es la atmósfera general de la casa.

Luego el patio tiene algo de ilusorio. Parece de mayor amplitud de la que tiene debido a que los corredores de la planta superior no están soportados por columnas sino por una serie de ménsulas voladas que aumentan el espacio libre de los bajos y sostienen en el aire la arquería de los altos. Hasta hace poco existían las columnas de soporte puestas como puntales por la falta absoluta de resistencia de las viejas ménsulas. Frente al zaguán, bajo el corredor del fondo, está la cuadra principal con su portada y sus ventanas laterales enmarcadas con primorosas yeserías Un pequeño atrio frontal con barandas de madera le da prestancia y monumentalidad a ese fondo, destacándolo como si constituyera una segunda fachada. Esta impresión se acentúa aun más con el arco que queda a un extremo de ese paño de muro y que servía para el paso de las calesas hacia las cocheras interiores. Las tupidas y bellísimas rejas de balaustres torneados y las puertas de pequeños y hundidos tableros imprimen la nota íntima de ambiente residencial que se encuentra no sólo en el patio, sino en todo el interior del palacio.

Entrando al patio, a la derecha se anuncia la escalera con una preciosa portada de piedra, un arco trebolado con las mismas características orientales de finas columnas y voluminosas cornisas que se han observado en la fachada. Es una bellísima escalera de tres tramos adminirablemente trazada y que unifica e integra la arquitectura de ambas plantas. Arriba, sobre los corredores volados, se desarrolla la arquería del patio. Esta envuelve su espacio abierto encuadrándolo con un ritmo perfecto ondulante y de plasticidad luminosa. Los arcos, de yeso blanco, de fuertes relieves quebrados en graciosas curvas mudéjares, están como suspendidos sobre los barandales de los corredores: el color oscuro de las columnillas que los soportan se funde con la penumbra de los fondos. En la cornisa de coronación del patio, a plomo con las columnillas, hay resaltes de ricas yeserías que juegan con las archivoltas de los arcos, acentuando fuertemente su maravilloso ritmo. Un típico remate de balaustres torneados es la crestería final que abre y limita a la vez el cielo luminoso de ese patio único.

Sobre las azoteas del palacio, en su cuerpo central, se elevaba el mirador, la torre de observación y de recreo que no faltaba en las casas de categoría. Estos torres, rodeadas de barandillas, se cubrían generalmente con cúpulas de contorno musulmán. Eran como minaretes criollos que le daban a la ciudad bajo un juego pintoresco y airoso de líneas verticales.

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NECESIDAD DE SU RESTAURACIÓN

En fin, todas estas particularidades y linduras del palacio de Torre-Tagle están muy bien, pero el palacio estaba en ruinas… Había necesidad, urgencia, sin alterar su cuerpo ni su alma, de darle nuevos nervios de resistencia a su estructura, rejuvenecer su organismo, hacerle brillar su expresión, prolongar y fortalecer su vida. La tarea era dificilísima. Sabiduría, experiencia, prudencia, sensibilidad artística, las virtudes máximas del restaurador, eran requeridas específicamente.

La Providencia se encargó, como se encarga siempre de las cosas buenas, de buscarnos al hombre: el arquitecto español Don Andrés Boyer Ruiz. Boyer acababa de terminar la restauración de la Catedral del Cuzco, dañada por el terremoto de 1951: una restauración laboriosa y perfecta. Fue un éxito completo y una garantía. Boyer es un profesional distinguido y especializado en el tremendo trabajo de resucitar monumentos arquitectónicos destruidos por el tiempo o por los hombres. Tiene a su haber, entre otras importantes obras, las reconstrucciones de las catedrales de Lérida y de Segobe -ésta última le dió mucho renombre por haber descubierto en ella un hermoso claustro gótico-, de iglesias, ayuntamientos, mansiones y pueblos en las regiones de Tortosa y Castellón desvastadas por la guerra civil y, en América, la catedral de Sucre. Nada fue, pues, más lógico y conveniente que tan experimentado arquitecto se encargara de revivir el palacio de Torre-Tagle y, desde hace dos años, ahí lo tenemos metido como un duende alquimista, entre lo viejo y desmantelado de su construcción, estirando nervios, tonificando músculos y lavándole bien la cara a esa princesa de la arquitectura limeña.

La obra ha sido íntegramente reforzada, consolidada, curada. un trabajo de delicadeza extrema para no alterar en nada la autenticidad de las formas originales, su plasticidad y su textura. Trabajo que requiere mucho ingenio y paciencia para que la nueva y total fortaleza del edificio no aparezca ostentándose como una estructura agregada y posterior sino como un tónico profundo.

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COMO SE HA REALIZADO LA OBRA

Observemos, desde las fundaciones hasta las azoteas del palacio, cómo el arquitecto Boyer ha emprendido esa obra.

Principiemos, pues, por los cimientos, que aunque son como para aguantar un puente, han tenido que ser calzados e impermeabilizados hasta tocar el cascajo donde reposan. Los muros de ladrillo de la planta baja, agrietados en muchos sitios a pesar de su magnifica albañilería, han sido reparados con llaves de concreto reemplazándose los rellenos de adobe que existían en algunas partes por un igual trabado de ladrillo. Paños de muro, como el de la medianera con el Banco de Crédito, se han reforzado con varios marcos de concreto armado. Las paredes asi consolidadas fueron unidas por medio de una solera de coronación en concreto para recibir las nuevas vigas de los pisos y los montantes de la planta alta: una osamenta metálica. Esto implicaba previamente el haber desarmado, con las mayores precauciones y casi en su totalidad, la vieja cuartonería y entablado de los techos para luego proceder a su tratamiento de conservación. Iguales cuidados se tuvieron que tener en cuenta para no deteriorar los enlucidos y acabados de los muros.

Sobre el cinturón de amarre de los muros se apoya la viguería de acero para consolidar el piso de la planta alta y se apoyan las columnas que soportan una estructura similar metálica para el techo y la azotea del edificio. Son estas vigas las que, ocultas y trabajando en voladizo, sostienen todo el peso del corredor que vuela sobre el patio principal. Una de las obras mas delicadas y de mayor importancia en cuanto a la necesidad de respetar el aspecto auténtico del patio y cuyos cálculos y montaje estuvieron a cargo del ingeniero residente Sr. Bernardo Fernández Velásquez.

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La viguería metálica está preparada para dos funciones básicas relacionadas con la restauración misma: la conservación y resane de los techos y la colocación de los pisos. En cada viga se ha previsto a posibilidad de colgar y forrar por medio de alambres de hierro galvanizado toda la antigua cuartonería tallada de cada ambiente. En cuento a los pisos, tanto de madera como de baldosines, éstos se asientan en una capa de concreto o losa armada sobre las viguetas de acero. Los entablados se afirman sobre una cama de pegamento de brea, lo que los resguarda de la humedad inherente al cemento. Todas esas nuevas estructuras internas han tenido en cuenta las instalaciones de luz, teléfono, agua potable y contra incendio que se requerían.

Tanto las parte voladas del corredor del patio como las de los balcones y aleros de los techos se han podido realizar, respetándose las piezas originales de madera tallada, gracias a la posibilidad de efectuar soldaduras en los soportes metálicos.

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La carpintería del edificio, vigas, cuartonería, entablado, ménsulas, tabicas y tocaduras, así como puertas, ventanas, enrejados y balcones, ha sido cuidadosamente tratada química y plásticamente para conservarla y completarla. Se le ha bañado e inyectado con «pentaclorofenol» para curarla y preservarla de la polilla y luego, con «madera plástica», mezcla de aserrín con cola lauxita, se han rellenado sus cavidades y reproducido exactamente las talladuras que faltaban. Muchas piezas se completan o reemplazan por nuevos elementos de la misma madera, roble o caoba por lo general.

Las rejas y cerrajería, que chocaban por su modernidad, han sido substituidas por otras cuyo estilo y calidad corresponden a la arquitectura de la casa. Del mismo modo la terminación de toda la carpintería restaurada y colocada se ha hecho con pulimentos a base de cera o bruñido por frotación, para entonarla y unificarla con los acabados de los corredores auténticos que aparecen, por ejemplo, en el roble de las columnas de los corredores o en el canelo del mascarón de proa que se luce en el patio. Tanto en estos trabajos como en los acabados, que requerían una mano de obra excelente, el obrero peruano ha revelado su magnífica tradición de artesanía.

Deseándose conservar el cuerpo mismo del edificio y, sobre todo, una de las partes más características de su estructura, como son las paredes y divisiones de «quincha» de la planta alta, éstas fueron minuciosamente examinadas cambiándose totalmente las zonas picadas y reconstruyéndolas como eran: pies derechos de roble de igual sección, caña brava, amarres de cuero húmedo de vaca, enlucido de barro y revoque de yeso. Materiales que han sido una verdadera garantía contra el clima y los temblores, pues terremotos como el de 1746, que destruyeron la ciudad, no han afectado esa estructura criolla que permanece intacta. El entramado de los telares ha sido debidamente inmunizado con «pentaclorofenol».

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Los enchapes y aparejos de piedra de la portada, del zaguán y del patio se repararon, substituyéndose los rellenos que existían de cemento o ladrillo con piedra de igual calidad y factura, dejándose las pequeñas imperfecciones y roturas que le dan su sello de antiguedad.

Las yeserías de cornisas de coronación, cornisones de portadas y arquerías interiores, muy deterioradas por cierto por su propia fragilidad constructiva -armazones huecas de madera y caña- han sido rehechas y reforzadas con malla de alambre galvanizado y sujetadas sólidamente con grampas, y ataduras al cuerpo mismo del edificio.

Los enlucidos de las paredes y terminados de pisos son motivo de detenidos exámenes e investigaciones: las viejas capas de pintura, las huellas de azulejos en los zócalos y de baldosines de cerámica en los pisos han guiado al arquitecto Boyer para determinar esos acabados. De España han venido azulejos exactamente iguales a los existentes, pues en Sevilla se conservan todavía los modelos que en 1735 sirvieron para el palacio de Torre-Table. En el patio principal se encontraron restos del limeñísimo pavimento de canto rodado y así se restaurará ese piso con los clásicos caminos de baldosas que lo dividen y adornan.

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DUDAS QUE SURGEN

-¿Y el color que debe dársele a la fachada y a los interiores?

-¿Qué moblaje y decoración serían los adecuados para cada ambiente?

Aquí vienen las dudas, porque es en estos puntos visibles é ignorados donde imperan los gustos personales. El arquitecto Boyer cree que, por lo menos, los salones principales que dan a los balcones de la calle deberían ser de estilo virreinal del siglo XVII, de acuerdo con las huellas encontradas de zócalos de azulejos y baldosines de cerámica en los pisos. Luego, para respetar la tradición borbónica del siglo XVIII y lo ya tradicional, se conservarian los demás salones con sus pisos de entablado en «punto de Hungría» y los lujosos brocados que forraban sus paredes.

Ah, las dudas, los gustos, las responsabilidades….

¡Cuánta preocupación para el restaurador! Así, por ejemplo, la construcción de ladrillo en los muros de la planta baja, que quedó al descubierto en el zaguán, con sus patabandas y arcos de descarga, de una ejecución que hace pensar en lo mejorcito de la albañilería mudéjar, ¿debía o no debía dejarse al descubierto? Era seguramente tentador que quedasen esos paños de ladrillo a la vista, desnudos, para que se apreciara su belleza estructural. Pero ¿era ese el espíritu de la obra y de su arquitectura? ¿De una obra barroca en que lo modelable y lo plástico, el enlucido y el color estaban por encima de toda ostentación estructural? ¿En que la misma piedra se tomaba por un material necesario en cuanto a resistencia y labrado para ser cubierto y lucir tan sólo sus formas decorativas en relación con el dinamismo del conjunto? Con frecuencia, para no decir casi siempre, los trabajos de piedra de esa época no tenían nada que ver con la estereotomía de una verdadera construcción pétrea. El arquitecto Boyer, muy a pesar suyo seguramente, tuvo que respetar ese espíritu que fué el de la casa y, de las bellas estructuras de ladrillo, sólo quedarán documentos fotográficos.

Las dudas a veces son terribles: la prudencia, la discreción, deben imperar ante lo que es posible y tentador agregar, quitar o componer de tal o cual manera en una obra que se restaura. ¿Hasta dónde es lícito completar un fragmento roto, suprimir algo que parece inarmónico o anacrónico, respetar un documento auténtico pero antiestético, chocante y a veces absurdo? ¿No habrán documentos anteriores, más antiguos…? He aquí las preguntas inquietantes y la continua responsabilidad que acompaña al restaurador en su obra. Luego las opiniones de amigos y extraños que aconsejan, indican y recomiendan sin comprometerse, ayudando en muchos casos y con la mejor intención del mundo… Todo contribuye a que el trabajo sea más difícil, mas complejo, mas lento. Se cree, generalmente, que un edificio que fue construido en el primer cuarto del siglo XVII, que ejemplo, debe ser restaurado auténtica e integramente como fue concluido en esa época: si es que fué concluido… ¿Y la vida de ese edificio no es auténtica y no la completa? ¿No son auténticas las reformas que se le hicieron a principios del siglo XVIII? ¿Y luego en los primeros años de la República? Creo que los años pasan y dejan su huella histórica y estética forman un todo que no puede desintegrarse de la unidad espiritual que contiene el edificio, su verdadera alma, hecha de tiempo, de acontecimientos… Los ejemplos abundan en la historia de la arquitectura.

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LA CASA HABLA SOLA

¿Hasta qué limite debe respetarse, pues, lo que se considera puramente original y, con frecuencia, sin la documentación necesaria? ¿O bien reemplazar lo que ya tiene títulos nobiliarios de duración y belleza, aunque sean recientes, por una apariencia falsa de lo que fue verdad?

El arquitecto Boyer tiene una frase que es muy elocuente cuando aparece la duda y las opiniones son diversas. Dice: «La casa habla sola…» Y es que le busca la lengua examinando sus viejos muros, vigas, techos y revestimientos: conoce su idioma y el Palacio de Torre-Tagle ha hablado a solas con el Arquitecto Boyer muchísimas veces.

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FUENTE

  • Revista Fanal. Volúmen XIV, N° 54. Año 1958

 

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